-Pues sea- dice Alonso-. Zanjemos esta historia y regresemos al tiempo que nos corresponde.
El soldado avanza hacia el curioso, que queda petrificado por su determinación. Alonso de Entrerríos le agarra con fuerza del hombro.
-¿No hay más paisaje que nuestras caras, canalla? ¡Declarad vuestras intenciones!
El hombre, quizá de unos cuarenta años, piel curtida y mal afeitado, tartamudea al hablar. El cigarrillo que tenía en la boca cae al suelo.
-Ene! ¡Sed discretos! Esto está lleno de guardias civiles- les regaña, bajando la voz. Amelia mira a sus compañeros y sigue con la farsa.
-¿Sabe que intentamos cruzar el Bidasoa?
-¡Y podíais intentar llamar menos la atención, caramba! Me llamo Lander, junto con un grupo de vecinos ayudamos a los derrotados a llegar al otro lado- el gesto del guipuzcoano aúna la comprensión y el reproche-. Pero normalmente otros camaradas nos avisan de su llegada….- una pareja de guardia civiles se apercibe de vuestro pequeño concilio y se acerca.
-No es esta una España en la que convenga reunirse a ojos vista.- observa Alonso. Lander decide no arriesgarse.
-Esperadnos esta tarde a las seis al número 5 de la calle Primo de Ribera- les apremia-. La contraseña que os dará vuestro contacto es “Brunete”.
Os separáis sin deciros adiós y os diluís con la multitud. No miráis atrás que os habéis alejado un par de calles.
-Parece que tenemos algo.- sonríe Julián. Alonso no es tan optimista.
-Pero perderíamos horas hasta ese encuentro- recuerda-. ¿Y quién nos dice que Lander cumplirá su palabra?
Amelia sopesa los argumentos del tercio.
-Además, nosotros no queremos llegar a Francia, sino a la Isla de los Faisanes. Ese grupo de apoyo a los refugiados puede encontrarlo extraño y simplemente negarse a ayudarnos.
-Pues decidamos cuanto antes- apremia Julián-; si optamos por no acudir a la cita con Lander tendremos que encontrar otro medio de volver al islote cuanto antes.