-Hemos recalado en esta hermosa villa y no podíamos dejar de visitar la iglesia.- dice Julián. El cura parece relajarse.
-Lo primero, cumplir con Dios y con España.- dice. Alonso asiente.
-Por supuesto.- los valores de este cura son los mismos que los de un hombre de hace trescientos años. Por desgracia, todo parecido entre ese párroco y el noble y buen soldado acaba allí.
-Son mis primeros meses en esta ciudad después de que el anterior “párroco”- dice la palabra con rechazo, como si pensase que difícilmente pudiera aplicarse en este caso- tuviera que responder, espalda contra un muro, por no pocas ofensas contra la fe y contra la Patria.
Julián ahoga el asco por las palabras del cura y asiente.
-El destino de muchos, ciertamente.- en algún lugar de esta España desgarrada, sus abuelos luchan día a día no para prosperar, sino para sobrevivir.
-¿Hay algo que pueda hacer por ustedes este humilde cura de pueblo?- se ofrece, ahora más relajado.
-”Su iglesia es ciertamente hermosa, sentíamos curiosidad por su peculiar arquitectura.”