La mirada del cura se agría de repente.

-¿Una barca? ¿Qué interés podría tener nadie en recorrer el Bidasoa? Es un río más…

-Ya sabe- le interrumpe Julián-. Para hacer turismo.

El silencio del párroco en medio de la iglesia se hace eterno. O no entiende nada, o entiende demasiado bien.

-Los que vienen a Irún de fuera y se interesan por paseos y barquitas suelen querer irse de España… -su tono es el de quién está acostumbrado a reprender desde el púlpito. O a señalar víctimas a los verdugos- ¿y quién querría irse ahora de España?

-Nadie- salta Amelia, quizá demasiado rápido-, ahora que el Caudillo dirige con mano firme un país que vuelve a oler a imperio.

La agudeza de la catalana no convence al retrógrado sacerdote, ¿y esta mujer tan avispada y respondona?¿y estos hombres que con tanta facilidad la toleran?

-Será mejor que nos vayamos- toma la palabra Alonso, empujando sutilmente a sus compañeros-. Volveremos para orar y comulgar. Dios le guarde, padre.

El hombre dibuja sin ganas con sus dedos una cruz en el aire y no os pierde de vista mientras salís. Habéis despertado sus sospechas, eso es evidente, y este mal sacerdote parece que es de los que no les tiembla el pulso a la hora de llenar de tumbas las cunetas. Esperáis que no avise de vuestra presencia a la guardia civil, demasiada presencia escrutadora hay ya en el pueblo.

Anota VIGILANCIA