Paseando por la ribera del río os queda claro que la proximidad de la frontera, y de la vecina Hendaya, hace que la vigilancia sea constante, y zambulliros en el río a pleno sol sería casi suicida. Paseáis intentando encontrar otra solución y llegáis a un pequeño embarcadero. Irún es una ciudad vinculada al Bidasoa, un río caudaloso y fértil, e innevitablemente tenían que aparecer barcas de pescadores. Muchas dársenas están abandonadas, con los pescadores faenando, pero aún encontráis algunas barcas mecidas por la corriente.

-¿Cómo os defendéis con los remos?- inquiere Amelia.

-He llevado barcas en el lago del parque del Retiro.- presume Julián.

-He vivido toda mi vida a la ribera del Guadalquivir- asevera Alonso-. No será problema.

Sólo encontráis a un pescador, un hombre rudo y de piel curtida cercano a la cincuentena, que, concentrado en sus aparejos, no repara en vosotros. Te planteas si será buena idea dirigirte a él para conseguir que os acerque a la Isla de los Faisanes u obtener al menos algo de información, o conviene que sigáis curioseando, a riesgo de despertar recelos en la guardia civil