Sintiéndote responsable por lo que ha ocurrido, pides ser tú quien se acerque a uno de los manifestantes para preguntar sobre el hombre con el que chocaste.
-Disculpe, caballero- un hombre de unos cuarenta años, con barba frondosa, gorra calada y que porta una barra de metal se gira y te mira con recelo. Comprendes que, si hubiera sido algo más joven, el destino de este obrero le habría llevado a los áridos desiertos de África a luchar una guerra que nadie entendía-. Mis amigos y yo hemos escuchado el discurso inspirador de ese hombre, y teníamos curiosidad por saber quién era, ¿le conoce usted?
Como en tantos momentos como este, el recelo y la sospecha anidan en persona, ¿Cómo distinguir a posibles aliados de agentes encubiertos y delatores?
-¿Y quién lo pregunta?
Tus amigos no están aquí para asistirte, y la paranoia en este obrero es evidente. Por fortuna, ahora él también está solo y no supone un peligro inmediato.
-Haces creer que eres afín a su alzamiento inventando una historia
-Te alejas, buscando a otro obrero que te informe de quién es ese hombre