Tus compañeros no dan crédito cuando te presentas ante ellos y les comunicas que vais a quemar una iglesia. Argumentas, en voz baja, que tu único propósito era no levantar sospechas y que en cuánto encontréis un momento continuaréis. Además, cabe la posibilidad de que encontréis a Ferrer i Guardia en vuestra razzia.

El hombre con el que hablaste resulta ser Marc, el cabecilla de un pequeño grupo de exaltados que han seleccionado la pequeña iglesia de Sant Tomàs como su objetivo. Cargan con teas y combustible como acelerante y contra toda lógica son vitoreados por vecinos que desde la callle o las ventanas proclaman su apoyo al levantamiento. La iglesia de Sant Tomàs se encuentra en la calle de Jaume I, cerca de la Catedral. No muy lejos del barrio en el que, treinta años antes, vive Amelia.

-No puedo creérmelo- dice la universitaria-. Aquí hice mi primera comunión.

-Si cuando os digo que el tiempo tiene sus propios planes…- recuerda Alonso, santiguándose. La cuadrilla entra en la iglesia con su líder dando una patada seca a su sólida puerta doble. Uno de ellos escupe nada más entrar. Otro, golpea la pila de agua bendita hasta que la maciza piedra cede. Es el comienzo de una serie de desmanes en el interior de este sitio sagrado.

-Recordad- dice Amelia-, no estamos aquí para intervenir. Lo que pase aquí, tiene que pasar.

Las porras se descargan sobre cada objeto sagrado del lugar mientras Marc vacía una lata de gasolina entre los reclinatorios.

-¡Vosotros!- os grita-. ¡Id a la sacristía!¡Comprobad si hay algo que sirva para hacer una hoguera!

Obedecéis, esperando el momento de iros. A la sacristía se accede por una puerta tras el altar. La conforman un par de estancias amplias y espartanamente decoradas.

-Tenemos que encontrar la manera de irnos de aquí.- sentencia Julián.

-Estoy de acuerdo.- coincide Amelia. Alonso les pide silencio. Ha oído algo. Con sigilo felino, el soldado se acerca a un armario y lo abre de par en par. En su interior tiembla un anciano vestido con una amplia sotana.

-Agafeu el que vulgue prò per favor no em feu res!

-Tranquil, mussèn, no volum fer-li mal- le calma Amelia. El hombre, derrotado, sale y se sienta en una de las sillas de la sacristía, sometido a vuestra clemencia. Os retiráis unos pasos para discutir sobre esta nueva eventualidad.

-No podemos dejar a este pobre hombre aquí, merced de estos desalmados.- dice Alonso.

-Siento ser abogado del diablo- replica Julián-… nunca mejor dicho. Pero en teoría no debíamos participar en los acontecimientos, y, Alonso, sacarle de aquí sería interferir en la Historia.

-Ayudar a un viejo cura no creo que haga que la Historia cambie- se sorprende diciendo Amelia-. Aunque puede que no tengamos que hacerlo. Como os dije, la revuelta no era contra los religiosos, sino contra sus propiedades. La mayor parte de las veces se les dejó ir.

-La mayor parte de las veces.- recalca Alonso. Amelia se ve obligada a asentir.

-Hubo muertos. Sin duda, demasiados.

Alonso muestra discretamente su arma.

-Pongamos las cosas claras a estos blasfemos- propone-. Que quemen el edificio, pero nos dejen salir con el padre.

-Pues decidamos qué hacer- dice Julián-. Esta iglesia está a punto de arder como una pira.

-¿Salís con el cura a punta de pistola?

-¿Intentáis que se prolonguen los destrozos antes de incendiar la Iglesia para dar tiempo a que la guardia civil intervenga?

-¿Avisáis a los vándalos de que hay una persona en la sacristía?

-¿Os vais, dejando que la Historia discurra como tenga que discurrir?