Ofendido en tu amor propio, te preguntas porqué han considerado a Alonso adecuado para la construcción del puente y a ti se te ha reservado para la poca exigente y pasiva labor de figurante. Inmediatamente, recapacitas al pensar en el desagradable trabajo que tiene por delante tu buen amigo y das por buena la situación. Salir de extra en El bueno, el feo y el malo, ¿cuál será tu papel? Te preguntas si te has visto en cada visionado de la película sin poder, en plena lógica, saber que estás en esas míticas escenas.
Los figurantes hacéis cola ante el vestuario. Observas que son comunes los hombres de extraña fisionomía. Los escuálidos, los desdentados y los marcados por viruela predominan. Las orejas de soplillo son un valor en alza. Un hombre enclenque y amputado de un brazo, se dirige a ti, aburrido por la espera.
-¿Es tu primer día aquí?
Asientes.
-Venimos de paso y pensamos que sería buena idea trabajar unas horas en la películas. Algo que contar a la vuelta de vacaciones, ya me entiende.
Te recorre un escalofrío al ver salir del vestuario a un hombre alto, delgado, de facciones grabadas en granito, con un poncho y un sombrero de ala ancha bien calado, pero en seguida te das cuenta de que no es Clint Eastwood, sino, posiblemente, su doble, Sin duda en breve se rodará una escena de riesgo en la que el Bueno se expondrá a un gran peligro, ¿cuál será?
-Esta tarde se va a rodar la explosión del puente- parece que te responde tu compañero-. Los soldados lo están construyendo en el río Arlanza.
-Es una gran escena- proclamas. Inmediatamente te corriges-. Será… será una gran escena.
-Esperemos. Esta será la tercera vez que la graban.
-¿La tercera?
-Sí. La primera vez que se rodó, la explosión no impresionó al director, con lo que se construyó otro puente. En la segunda ocasión- baja el tono de voz-, se permitió al capitán del ejército español que comanda a la unidad que levantó el puente que accionase el detonador. Pero lo hizo cuando las cámaras aún no estaban grabando, por lo que fue inútil. El señor Leone entró en cólera, y el capitán se comprometió a construir otro puente en tiempo récord, como así ha sido.
-Hemos visto a un oficial con bigotillo y aspecto antipático por ahí- recuerdas-. Podría ser él.
El figurante asiente.
-El capitán Eugenio Camorlinga- mueve su muñón significativamente-, valiente cabrón. Me alegro de no haber tenido un superior así cuando hice la mili.
-¡El siguiente!- la encargada de vestuario llama a tu compañero, que al poco regresa orgullosamente vestido de soldado confederado recientemente mutilado. Tu vas después, y encuentran para ti un lustroso traje de soldado de la Unión. En pocos sales del vestuario enamorado de tu aspecto, y, sin dejarte ver, no puedes evitar curiosear en los interiores de los almacenes de vestuario y atrezzo. Disfraces de indios, de sacerdote, de mujeres de vida disoluta, y todo tipo de complemento, desde revólveres y rifles a banjos y botellas de etiquetado decimonónico. Te fijas en un látigo, lo coges y lo sopesas. Repentinamente recuerdas que, en unos años, se grabarán en España algunas escenas de Indiana Jones y la Última Cruzada. Tal vez podrías decirle a Salvador que os envíe a patrullar. Sólo para estar seguros de que todo va bien. Depositas el látigo en su lugar y reparas en un colt de cañón alargado y acabado bastante convincente. No te han dado un arma para completar tu disfraz, guardártela en el pantalón como pequeño souvenir no debería llamar demasiado la atención