A tus protectores compañeros les cuesta dejarte sola en medio de esta multitud, pero les recuerdas peores escenarios en los que has sabido desenvolverte. Acceden a regañadientes antes de que tengas que apelar al rango, y ahora te abres paso, a codazos en ocasiones, hacia la parte delante de la grada. El partido llega al final de su primera mitad, el cuarto gol no llega y los ánimos están caldeados. Cuando unos aficionados se lanzan hacia la verja que les separa del campo a la expectativa de una jugada prometedora, observas en el suelo un periódico pisoteado. No puede ser. En la portada se lee claramente la noticia de la clasificación milagrosa de España, ¡que gana en Sevilla por 13 a 0! Ninguno de los presentes te resulta conocido, ni sospechoso, y te lanzas a por el periódico. Sin duda pertenece al intruso, quizá sirva para que deis con él.
-¿Qué pasa, cosa guapa?- te alcanza una voz rijosa y un aliento a vino barato-. Venía a ver el espectáculo pero no sabía que el espectáculo eras tú.
-Si me disculpa…- no estás para comentarios sin gracia; estáis más cerca de vuestro objetivo, no te puedes entretener por tonterías. Por desgracia, el zafio aficionado no maneja conceptos como violación del espacio personal o micromachismos. Se te pone delante e impide tu paso.
-Quédate un poquito más, reina.