Esta no es, con mucho, la Sevilla que recordabas. Ni el teatro ni las procesiones eran capaces de reunir a media ciudad en un recinto como este. A base de “deje paso” y de “disculpe vuesa merced” vas avanzando hasta llegar a la parte delantera del fondo. Ahora, a buscar. Y no será fácil. Miles de rostros pendientes del partido, lamentándose de una ocasión de gol errada, de un balón perdido. ¿Cómo encontrar a alguien entre tanta gente? Vive Dios, porque quizá esa persona te ha encontrado a ti. Treinta mil personas mirando el encuentro… y sólo una mirando hacia ti.
-¿Cándido?- reconoces a un trabajador del Ministerio. Cuando descubre que le has visto, el viajero en el tiempo se aleja, pero por Santiago que no se lo pondrás fácil. Te abres paso a codazos entre los aficionados, que te increpan y protestan.
-¡Ten cuidado, picha, que hay niños!
-¡Si tienes que ir al baño, espera al descanso!
Medio auditorio te recrimina y afea tu actitud pero, ¿cómo dejar pasar esta oportunidad de capturar al que tantos dolores de cabeza os ha causado?