El Foso. Claro. En el periódico de mañana, ya insólitamente obsoleto, se leía que los miembros de la selección, en el descanso, fueron a motivar a la afición tras un primer tiempo impresionante. El crononauta pudo elegir este como un buen lugar para estar cerca de los míticos jugadores de 1983… pero la primera parte terminó mal, las posibilidades de conseguir los goles necesarios parecía remota y muchos- no todos- perdieron la esperanza. Ahora el foso está abandonado, y tras una investigación exhaustiva casi perdéis la esperanza y desistís. Pero ahí está él, sentado en un rincón, apoyado en su nefasta vuvucela. Lamentándose de lo que ha hecho.
-Cándido- dice Julián-, de mantenimiento. ¿Para esto tienes tiempo y para arreglarme la taquilla llevo esperando dos meses?
No se trataba de un agente temporal, sino de personal auxiliar del Ministerio. Por supuesto, estos trabajadores conocen la labor del Ministerio del Tiempo y escrupulosamente guardan el secreto que han jurado preservar. Pero a veces alguno quiere viajar, tiene una época favorita en mente, y desea, literalmente, formar parte de la Historia. Cándido Huete no es un devoto de la cultura romana hispana, ni venera los hitos de la Reconquista. No ansía estrechar la mano a nuestros escritores más ilustres ni ha soñado jamás en ver de primera mano la megafauna hoy extinta. Cándido Huete, jefe de mantenimiento, afiliado a UGT, con dos décadas de trabajo en el Ministerio del Tiempo y padre de tres hijas es, simplemente, futbolero.
-Yo sólo quería ver el partido, ese estupendo partido que vi de joven y que me hizo amar el fútbol.- lloriquea. No le consuelan los gritos de celebración cuando España marca su sexto gol.
-Pues lo has vuelto a ver- indica Julián-, sólo que has hecho que sea un partido completamente distinto.
Cándido se tapa la cara con las dos manos, sin ser capaz de contener sus lágrimas.
-Hace un año me mandaron bajar a cegar un pasillo en desuso- explica-. No me pude contener y curiosee en una de las puertas… y vi que conectaba con Sevilla a principios de los 80. Mantuve el secreto y calculé que, a día de hoy, la puerta llevaría a este momento, a este partido, y no me pude contener- saca un pañuelo de tela y se suena sonoramente la nariz-. Germán me cuenta que viaja constantemente a ver un partido de fútbol de su atleti, y nunca ha tenido problemas…
-Germán es bedel- recuerda Julián-. Está acostumbrado a no hacer nada.
Amelia mira a su compañero con gesto hostil. El estadio casi se cae cuando España vuelve a marcar.
-Poco podemos hacer ahora- se hace oír la joven, por encima de los gritos y aplausos-. Salvo volver al 2016 y esperar que la selección pueda levantar el partido.
No ha pasado ni un minuto y toda la afición sevillana se queda sin voz celebrando un nuevo gol. 8 a 1, calculáis.
-Quizá podríamos quedarnos a ver lo que resta de partido- sugiere Alonso, claramente emocionado por los canticos, las banderas ondeando y la épica del momento-. Para asegurarnos de que todo acaba bien.
-¿Y si interferimos de nuevo?- argumenta Amelia. Julián toma la vuvucela de Cándido y la rompe con un único golpe.
-Ya no hay cómo.- zanja. Ante la insistencia de sus compañeros, Amelia se deja convencer, con un principio de sonrisa en el rostro. Vuestro grupo, junto con sofocado y emocionado Cándido, se dirige a la grada, envuelto en la alegría y la esperanza de treinta mil personas. Encontráis unos asientos con buena visibilidad y junto al resto del público asistís, con el corazón en un puño, a una sucesión de ocasiones fallidas en las que ni por un momento decaen los ánimos, hasta que, diez minutos después Santillana aprovecha un rechace en el área marcando el 9 a 1 y levantando a todo un estadio. Con un ojo puesto en el cronómetro, y aún con las gargantas fatigadas de celebrar el gol de Satillana, Poli Rincón cabecea con maestría un pase de Maceda y marca el décimo, y todo el país cree ya en el milagro. Sin descanso para la defensa maltesa, Manu Sanabria mete el pie ante un pase de Señor haciendo que el undécimo gol suba al marcador. Cándido y Julián se dejan las gargantas con cada grito, e incluso Alonso y Amelia se sienten ya imbuidos del espectáculo.
-Comienzo a entender la devoción nacional por este deporte.- admite Alonso. Amelia no busca un argumento en contra, lo que ya es bastante, y toda la patrulla se levanta cuando Señor se hace con un balón rebotado en el área y lanza un trallazo a la derecha del portero, que se estira inútilmente y sólo puede ver el balón en el fondo de la portería.
-”¡¡GoooOoool de Señor”
En menos de cinco minutos acabará el partido, el equipo maltés no tiene ni calidad ni ánimo para acercarse a la portería de Buyo y la selección se ha clasificado para el europeo con un partido del que se hablará durante décadas. Cuando el árbitro turco pita el final del partido, no sólo en el Benito Villamarín se aplauda, se grita y se llora; todo español lo vive con idéntica intensidad y celebra una victoria que recordará toda su vida. El público se lanza al terreno de juego para festejar, junto a sus héroes, la goleada por la que el equipo y su afición tanto han luchado.
-No veo motivo para que no podamos estar ahí abajo.- señalas. Tus compañeros asienten con una sonrisa, e invitáis a un pletórico Cándido a que se una a vosotros. Quizá, si buscáis a vuestra vuelta, os encontréis a vosotros mismos en las fotos de ese 21 de Diciembre de 1983. Alonso estrechando la mano a Gordillo, Julián abrazando a Sanabria, Cándido llevando a hombros a Señor y Amelia, más discreta, aplaudiendo a todo el equipo sin poder esconder su sonrisa. El resultado del partido ha cambiado, es cierto, pero nadie lo ha advertido, la historia deportiva española seguirá intacta a partir de este momento y, por misiones como esta, por momentos como este, merece la pena ser parte del Ministerio del Tiempo.