La nave central de la iglesia es amplia, fría, oscura y llena de corrientes. El altar está cubierto de un sucio mantel y no hay más en el retablo que una triste cruz. Los pasos de los patrulleros del tiempo retumban en la triste iglesia. Una voz les llama.
-No es hora de misa, señores- brama una voz femenina y vulgar-. Así que, ale, dejen sus limosnas y vuelvan en maitines.
Una mujer de poco más de veinte años, pero prematuramente envejecida. Sus carnes exageradas quedan demasiado expuestas por unas ropas poco pudorosas para un recinto como este.
-Venimos a ver al padre Navarrete- la intercepta Julián-. Un asunto ajeno a la sotana, ya sabe.
La joven se pone repentinamente nerviosa.
-Lo siento pero Balta… el padre Navarrete ha salido- tartamudea-. No creo que vuelva ho…
-¡Bárbara!- se oye una voz-, ¿está preparada ya la cena?
De la sacristía sale el sacerdote mal encarado que ya vieron en la entrada. Al veros, su rostro se pone blanco, y él y la mujer entran en la sacristía. Oís cómo echan el cerrojo. Sin duda han confundido las intenciones de la patrulla.
-Bárbara…-musita Amelia. Sus compañeros la miran sin comprender-. En el Quijote de Avellaneda, junto a Quijote y Sancho hay una tercera protagonista. Bárbara. Una mujer que podíamos decir de vida disoluta.
-Suficiente para mí- Alonso avanza dando grandes zancadas hacia la puerta de la sacristía. El tercio golpea vigorosamente la puerta-. Sal de ahí, bellaco, sólo queremos explicaciones.
Navarrete no abre la puerta pero sí lo hace una contundente patada de Alonso. Al saltar goznes y astillas por los aires el trío se encuentra con el párroco y Bárbara abrazándose temblando.
-Pensaba pagar, lo juro- tartamudea el párroco-. El lunes sin falta. Tengo un trabajo pendiente de cobrar. Y los cepillos siempre se llenan en Domingo.
-No parece ser un hombre de cumplir juramentos.- gruñe Alonso. Amelia le pide calma.
-No venimos para lo que usted cree que venimos- interviene la catalana-. Las preguntas que queremos hacerle son sobre literatura…
-Sobre el Quijote, para ser más preciso.- añade Alonso, en su papel de poli malo. Navarrete se muestra sorprendido.
-¿Qué saben ustedes del Qui…?- unos golpes en la puerta de la Iglesia interrumpen vuestro interrogatorio.
-¡Navarrete, sucio putero, abre y paga!- se escucha una voz ronca y rotunda-. ¡Menos bríos te das para saldar deudas que para jugar a las cartas!
El cura mira con gesto de ruego.
-¡Protéjanme! ¡Líbrenme de esos valentones y les aseguro que les responderé a todo lo que me pregunten!
La patrulla no sabe si es muy reglamentario o incluso si Navarrete lo merece, pero parece que están ante el mismísimo Avellaneda, y protegerle a él es proteger al Quijote.
Se quedan en la nave central para plantar cara a los asaltantes