Un par de valentones de fiero aspecto entran en la Iglesia. El siglo es el que es, y ambos, supersticiosos y cristianos, se santiguan ante el Jesús crucificado que les observa con gesto de dolor.

-Buscamos a ese mal cura para asuntos que no les interesan- dice uno de ellos, un gigantón con acento extremeño y la cara atravesada por una fea cicatriz-; abierta les hemos dejado la puerta para que la atraviesen vuesas mercedes.

-¿No lo han entendido?- añade el otro, más bajito y robusto, barbudo y tuerto de un ojo. En su cinto descansa un pistolón y una daga de dos palmos-. ¿O quieren hacer suyas las deudas de Navarrete?

-¿Quieren vuesas mercedes que hablen las espadas?- responde Alonso, resistiéndose a sacar la espada hasta recibir la orden de Amelia-. Que yo también domino ese idioma.

¿Se enfrentan a ellos?

¿Les intentan engañar?

¿Los amenazan?