Amelia mira a Alonso y asiente; en el andaluz ve la seguridad de que este duelo lo puede ganar, y nadie mejor que él para entender este siglo y estos enfrentamientos.

-Veo mucha palabra y poca valentía- dice Alonso, dirigiéndose al que parece el líder. Inmediatamente señala al otro con un levantamiento de cejas-. ¿Os decidís o prefiere vuesa merced discutirlo con su esposa?

La ofensa ya no tiene marcha atrás. El grandullón extremeño se lanza con extrema premura pero poca meditación y dirige la punta de su espada al corazón de Alonso. Cualquier otro habría caído bajo este ataque, pero el veterano de los tercios desenvaina su espada e intercepta el envite en un único y veloz movimiento. Superado en número, Alonso iguala las tornas alejando al pequeño barbudo con una patada en el estómago, y aprovecha la inercia del gigante para dejarse superar y golpearle con la empuñadura en la cabeza. El otro matarife intenta, aún sin resuello, sacar su pistolón, pero Alonso le clava el acero en el antebrazo quizá más profundamente de lo necesario.

-”Agitad los brazos cuanto queráis, que no os tengo miedo”- cita el funcionario del Tiempo, oportunamente. Ambos matones están conscientes y no heridos de gravedad, pero claramente vencidos. Amelia intenta darles una salida honrosa para su orgullo.

-Vuelvan el Lunes a cobrar sus deudas; Navarrete les pagará o tendrá que responder ante vuesas mercedes y ante nosotros. Zanjar el tema hoy sería una medida demasiado drástica que no sería recompensada.

El más pequeño se agarra la herida, intentando controlar el dolor y frenar la hemorragia.

-El Lunes- dice, aceptando el escape que le ofrecen-, o ese curilla pagará con sangre los reales.

Ambos se alejan, dejando tras de sí una sonrisa maliciosa de Alonso y la posibilidad de que habléis con el sacerdote del maldito tema del Quijote apócrifo.