Amelia frena con un gesto el impulso de Alonso. Frustrado y obediente, el veterano mantiene la espada en su vaina.

-Poco respeto muestran cuando asaltan una iglesia y persiguen a un hombre acogido a lo sagrado.

Los matones se miran y sonríen.

-¿Acogido a lo sagrado?- dice el barbudo, con su único ojo brillando de maldad-. ¿Tenemos acaso aspecto de alguaciles?

-Mucho habría tenido que bajar el nivel de los alguaciles- no se amilana la joven-. Ustedes no notarán la diferencia pero, ¿saben quién sí la notará? El Santo Oficio.

Los valentones se quedan líbidos.

-A la inquisición no les gustará que se derrame sangre en suelo consagrado- observa Julián-, así que aplíquense al repartir acero, porque como alguien sobreviva llevará el asunto a quien corresponde… los del Santo Oficio son buenos con los instrumentos de cuerda, y sus caras son de las que más de un alguacil sabrá ponerles nombre.

Notáis la tensión en ambos bravucones. El barbudo se atreve a hablar.

-Una semana. En una semana volveremos y ni ustedes ni la Virgen Santa evitará que nos cobremos nuestra deuda.

Los dos se alejan, aceptando como buena el desenlace y la patrulla os quedáis con la vía libre para poder hablar con Navarrete y zanjar de una vez el misterio de Avellaneda y su falso Quijote.