-Avellaneda vive en la clandestinidad- apunta Amelia-. No sabemos cómo puede reaccionar ante una llamada honesta.
Alonso observa el entorno. Un muro derruido ofrece una entrada perfecta y discreta para acceder a la casa, y el equipo puede acceder sin dificultades. Los tres funcionarios ascienden por la escalera en esa construcción que más parece una escombrera que un hogar. El frío se cuela por cada frieta en la pared y las ratas corretean entre sus pies.Alguien rodeado de miseria, hambre y enfermedad está a punto de cambiar la historia de la literatura. La patrulla alcanza la entrada de la habitación donde, en una mesa enfame, rodeado de papeles y libros mohosos, una figura delgada y oscura, recostada sobre su escritorio, se recorta por la luz de una lampara de aceite moribunda,
Avellaneda, y sin duda el montón más ordenado de hojas ante él es su apócrifo Quijote.
El hombre se gira y da un respingo. Su perfil aguileño se dibuja en la oscuridad.
-¡¿Quienes son?!¡¿Qué quieren?!