-Representamos a una editorial interesada en publicar a nuevos autores- dice Julián, intentando tranquilizarle-. Hemos oído que usted tiene recién acabada una obra que…

-¡Fuera, falsarios!- el escritor, con un tono enloquecido, saca de repente una espada oxidada y traza un arco en dirección al equipo. Aunque no les alcanza, en su gesto, el hombre famélico vuelca la lampara sobre los papeles de la mesa, que enseguida prenden como la tea.

-¡Su Quijote!- grita Amelia. Agitado por el terror y la paranoia, Avellaneda reacciona con violencia cuando la joven se intenta acercar a su escritorio.

-¡Amelia!- grita Julián, cuando el loco le clava su estoque en el muslo. El enfermero la recoge cuando cae y Alonso se pone entre ellos y Avellaneda, para protegerlos, pero el aceite y el papel han tenido tiempo de actuar y la habitación se halla envuelta en llamas.

-¡No, no, no!- grita Avellaneda, viendo el alcance de su error-. ¡Mi obra! ¡Mi gran obra!

El pobre diablo se lanza sobre su manuscrito, intentando sofocar las llamar, pero solo consiguiendo que el fuego le envuelva.

-¡Rápido, no podemos hacer nada!- a Alonso le cuesta admitir su derrota. Los hombres ayudan a salir a Amelia a bajar las escaleras.

-¡Fuego, fuego!- gritan los vecinos, trayendo cubos de agua en un intento de que el fuego no se extienda a sus casas. La patrulla, una vez a salvo, ve como la casa, el Quijote de Avellaneda y su propio autor se convierten en cenizas.

Junto a ellos, la propia continuacion del Quijote se convertirá en humo hasta caer en el olvido.

FIN