Seguís las indicaciones que os han dado para llegar a la pensión de la señora Encarna. Se trata en realidad de una amplia casa particular en la que se alquilan habitaciones para los ocasionales forasteros que pasan por la ciudad. Esperáis que la señora Encarna sea una mujer mayor, pero se trata de una joven viuda de poco más de treinta años, vivaz y amable, con dos hijos a su cargo. Preguntáis con cierto embarazo si dispone de dos habitaciones libres, pues llegáis a deshora y sin avisar, pero sois bienvenidos de forma acogedora y se os ofrece una buena cena de pescado mientras vuestras habitaciones son preparadas. El hijo mayor, de unos ocho años, piel morena y ojos vivaces, os contempla con curiosidad, mientras su hermana pequeña, de menos de dos, apila unos cubos de madera y balbucea incomprensiblemente.
-¿Y por qué han venido al pueblo?- pregunta el niño sin pudor.
-Somos ojeadores del Madrid- improvisa Julián-. Buscamos al nuevo Diestéfano.
El niño tuerce el gesto, decepcionado.
-A mi el fútbol no me gusta- dice con un fuerte acento-. A mi me gusta nadar. A los que venís de fuera os gusta la playa. Os podemos enseñar los mejores sitios del pueblo por cinco pesetas.
-¿Cinco pesetas?- pregunta en voz baja Alonso, mientras da buena cuenta de una sardinilla-. ¿Eso es mucho o poco?
-Depende de la época.- responde Amelia, en confianza.
-¿Ya estás ofreciéndote de guía a los señores por tres pesetas, Rodolfo?- le afea la conducta Encarna a su hijo, que se da a la fuga sin dar explicaciones.
-Bonito nombre- dice Julián, sin pensar-. La tarifa parece que se ha ajustado a los tiempos.- La casera sube el volumen de su aparato de radio, desde el que un locutor entusiasta anuncia las ventajas que la alianza de España con los anticomunistas Estados Unidos traerá al país.
-Si, hombre, como que los americanos fueran a dejar caer dinero sobre nosotros.- bromea, recogiendo los platos.
-Bueno, dinero, dinero…- Amelia le reprocha el comentario a Julian con una patada por debajo de la mesa.
-De nuevo gracias por recibirnos con tan poca antelación, Encarna.- desvía la joven universitaria.
-Quita, guapa, aquí sois bienvenidos. Tenéis vuestros cuartos preparados y, toma, una copia de la llave. Comidas, a las ocho, a las dos y a las nueve. Para cualquier otra cosa, si no estoy aquí, me tenéis en el puerto, preguntad que todos me conocen.
-Gracias, señora, seremos unos huespedes discretos y buenos pagadores.- promete Alonso. No tardáis en retiraros a vuestras habitaciones mientras Encarna sigue con sus quehaceres con una canción de Mari Fe de Triana en los labios
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