El buen guardia civil, Angélico de nombre, adelanta el final de su jornada para acompañaros a su hogar, un caserón amplio y sólido algo alejado de la ciudad cerca de la playa.
-Qué bien- observa Julián-, podremos ver a Fraga bañándose desde nuestro balcón.
Angélico os cuenta como esa residencia le ha sido cedida por su condición de guardia civil, y que, en el momento de su retiro, planea adquirir una bonita casa en la localidad a la que ya le ha echado el ojo. Lleva mucho en Palomares, y desea pasar aquí sus últimos años, por mucho que eche de menos su Badajoz natal.
Ciertamente, el inmueble es muy amplio para una sola persona, y podréis compartir con Angélico su hogar sin ser una gran molestia para él. Se excusa por tener las habitaciones que ocuparéis cerradas desde que se fueron sus hijos y ofrece, sin mala fe, unos juegos de sábanas a Amelia para que prepare las camas.
-Tenéis refrigerador y despensa a vuestra disposición- ofrece con una afable gentileza que casi os incomoda-. Tomad una llave, y descansad. Con vuestro permiso, la jornada ha sido larga y estoy rendido.
Angélico se retira y vosotros hacéis lo propio. Julián y Alonso comparten con Amelia la tarea de preparar vuestras camas y, tras aseguraros de que vuestro desprendido benefactor no escucha, planeáis la que será la histórica jornada de mañana.
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