Despertáis cuando aún no ha salido el sol, pero ya os encontráis la casa vacía. En la mesa de la cocina, no obstante, se os ha dejado una botella de leche, un jarrón con miel, tostadas, tres magdalenas y un bizcocho por empezar.
-Dios bendiga a los buenos anfitriones.- se santigua Alonso, que toma asiento y se sirve un copioso desayuno. Amelia y Julián le siguen y dan buena cuenta del ágape sin demasiados miramientos.
-Son las siete y media, en tres horas comenzará el espectáculo.- observa Julián. Amelia le mira con gesto de reproche.
-No hables en esos términos- le afea-. Siete hombres van a morir en el accidente y esta zona va a quedar estigmatizada.
Julián asiente.
-Tienes razón, Amelia. Pero trabajar asegurándonos de que se cumpla la Historia de España a veces exige ser cínico, o enloquecer.
-¿Qué hacemos hasta que caigan las bombas?- pregunta Alonso, con la boca llena.
-Puede que no convenga que nos mostremos demasiado antes de que ocurra el incidente- sugiere Amelia-. No hacernos notar para luego trabajar con más libertad.
-¿Y por qué no pasear por el pueblo?- propone Julián-. Puede que tengamos que recurrir a estas gentes; no estaría de más conocerles, y ganarnos su confianza.
-¡A mí no me miréis!- protesta Alonso, cargando generosamente una tostada con miel-. ¡Es mi primera misión con bombas nucleares!