-Espero que comprendáis que estamos actuando a la desesperada- augura fríamente Julián, mientras avanzáis por el campo siguiendo el rastro dejado por el vehículo de los ladrones-. Nos sacan mucha ventaja y van en coche; podrían estar en cualquier sitio.

-Descubramos hasta qué punto lo estamos antes de decir que estamos desesperados.- impone Amelia.

-Vive Dios que ya era hora de que la Fortuna nos sonriese- clama Alonso-. ¡Mirad!

En efecto, habéis tenido suerte. Justo al lado de la carretera, un coche negro con aspecto de ser más útil en la ciudad que en la España rural, ha pinchado una rueda delantera, y uno de sus ocupantes intenta con poca maña cambiarla mientras otro le apremia y amonesta. Son ellos, no os cabe duda, y el terreno escarpado y lo inadecuado de su coche les han retenido, concediéndoos un tiempo muy valioso.

-Si dispusiésemos de otro vehículo para acercarnos a ellos sin llamar la atención…-dice Amelia, apesadumbrada. Alonso, impaciente, no se anda con tantos miramientos.

-¿Y por qué no abordarles sin más y pedirles unas cuantas explicaciones?- sugiere-. Intentar hacernos con otro automóvil nos haría perder un tiempo que no nos sobra.

Julián mira a su alrededor buscando más alternativas.

-Juraría que su intención era incorporarse a la carretera y tomarla en esa dirección, hacia Barcelona- valora-. Esa curva cerrada tras esa colina nos ofrece un buen lugar para esperarles. ¿No te apetece una buena emboscada, Alonso?

-Esperar, esperar, siempre esperar…- masculla el soldado.