-¡Padre Darío!- te acercas a él, como si nada pasase. El espigado sacerdote te saluda.
-¡Mi huésped!- sonríe al reconocerte-. ¡Vaya la que se ha liado en el pueblo con el accidente! Esto se está llenando de americanos.
-Y de lo que no son americanos- aprovechas, señalando como sin dar importancia a la cabaña de pastores-. Me ha parecido ver a cinco hombres metiéndose allí. No parece buen refugio.
-No lo es, es cierto- dice. Te alivia comprobar que no ha reconocido a tus amigos ni interpretado la escena como un secuestro-. Pero yo he visto a seis personas.
-¿Seis?
-Sí- te confirma-. He visto a otro en ese establo. Deben ser cazadores, pues le vi con una buena escopeta.
Das las gracias al padre Darío, y esquivas sus preguntas sobre tus amigos. Cuando ves que se aleja, dispuesto a completar su paseo vespertino, te vuelves a concentrar en rescatar a sus compañeros de patrulla.