-No me siento cómodo ayudando a mezquinos- admite Alonso, mientras el grupo avanza por las calles del Madrid del Siglo de Oro-. Sea quien sea ese Avellaneda es un mal perro que se aprovecha de la brillantez de otro.
La ciudad es en el siglo XVII un lugar caótico, sucio y sin pavimentar en el que los conductores de carro se insultan, los puestos de comida bloquean el camino y diminutos riachuelos serpentean en mitad de las calles arrastrando las inmundicias del “agua va” de la noche anterior. Este es el mundo de Alonso de Entrerríos, y el tercio sonríe de oreja a oreja, saludando con galantería a una joven rozando el ala de su sombrero antes de que su protectora dueña aleje a la casadera del camino.
-No sabemos porqué lo hizo- opina Amelia, ajustándose su toca-. Puede que tuviera buenas razones.
-Nosotros conocimos a don Miguel- recuerda Alonso, señalando la puerta del piso franco que el Ministerio tiene en esta época-. Era un hombre prudente, tranquilo, enemigo de los enfrentamientos. No veo qué motivos tendría nadie para tenerle esa aversión.
Amelia abre la pesada puerta de la casa. El lugar huele a cerrado pero parece acogedor.
-Todos los dramaturgos de esta época tenían sus cuitas con otros autores. Don Miguel de Cervantes era un genio, pero no un santo
-Relájate, Amelia, que cualquiera diría que conoces a Avellaneda- bromea Julián, que busca un asiento para dejarse caer, rendido-. Tú tienes el informe, ¿quiénes son nuestros sospechosos?
La joven saca el expediente de su faltriquera.
-Jerónimo de Pasamonte- lee el primer nombre. Alonso se acaricia la barbilla.
-Me suena ese nombre.- la mujer asiente.
-Es un noble aragonés que conoció a Cervantes en sus tiempos de lucha contra el Turco. No le dejó buena impresión, pues Don Miguel le incluye como uno de los personajes menos positivos de su primer Quijote.
Alonso chasquea los dedos.
-En la cadena de presos.
-Vaya, Alonso, no te hacía tan leído.- se sorprende Julián.
-¿No habéis leído el Quijote? Os envidio. Podéis descubrirlo por primera vez.
-Al parecer a Jerónimo de Pasamonte no le hizo ninguna gracia que se burlase de él en su obra magna- continúa Amelia-, y se dice que Cervantes sospechaba que él era Avellaneda, pues vuelve a ridiculizarle en la continuación del Quijote con renovada inquina.
-Ya tenemos al primer sospechoso habitual- observa Julián, quitándose sus incómodas botas-. ¿Siguiente en la lista?
-Baltasar Navarrete- lee Amelia. Los nombres no le son ajenos-. Un dominico con ínfulas de literato. Algunos estudiosos posteriores han creído encontrar paralelismos entre el estilo de Navarrete y el visto en el Quijote apócrifo.
Los hombres de la patrulla permanecen callados un instante.
-¿No hay más sospechosos?- pregunta Alonso al fin. Amelia parece sentirse incómoda.
-No creo que ninguno que debamos considerar seriame…- Julián se arrebata el expediente cuando ella baja la guardia.
-Lope de Vega- lee el madrileño. Amelia le arranca el informe, furiosa.
-La rivalidad entre Lope y Cervantes, y los elogios al Fénix de los Ingenios presentes en el Quijote de Avellaneda hicieron que algunos, irreflexiblemente, le acusasen de escribir la obra apócrifa como ataque a su enemigo- Alonso y Julián la miran inquisitivamente-. Lope de Vega es una de las más brillantes mentes creadoras de la Historia de España, nunca necesitó esconderse tras pseudónimos para decir lo que pensaba.
-Nadie dice que Lope de Vega sea el responsable de esta mezquindad- le tranquiliza Alonso.
-Pero a mi me divertiría muchísimo que lo fuera.- admite Julián, riendo.
-Centrémonos en nuestra tarea- media Alonso-. Ya tenemos una serie de nombres, ¿por dónde empezamos a investigar?
Investigar a Cervantes, quien quizá sabía quién iba a plagiarle
Conocer al editor Felipe Roberto, que llevará el libro a sus imprentas en Tarragona