-El expediente Avellaneda dice que el padre Baltasar Navarrete regenta esta parroquia- dice Amelia, cuando el grupo se acerca a la Iglesia de San Agustín, en la calle del Almendro. Escondida entre casas empobrecidas, el pequeño templo se muestra ante la patrulla con un aspecto desolador.
-Con la Iglesia hemos topado.- observa Julián. El aspecto de la Iglesia es pobre y abandonado y hay más falsos mutilados y mendigos remoloneando que sinceros devotos.
-No tenemos nada para ti, harapiento.- amenaza Alonso a un pedigüeño particularmente persistente.
-Mal destino para cualquier párroco.- observa Julián. Amelia hace gala de su confianza en el género humano.
-Quizá un sitio como este sea el mejor lugar para que un hombre de Dios pueda ayudar a los más necesitados.- una algarabía interrumpe la conversación. Un párroco delgado, ajado y de rostro arrugado abre violentamente la puerta de la Iglesia y arroja con fuerza a un pobre diablo fuera de la casa de Dios.
-¡No tenemos pan para gentuza, ya os lo tengo dicho!- se desgañita-. ¡Qué bien rechazáis la Santa Forma para comulgar! ¡Pobres sois pero de espíritu!
El mendigo se aleja renqueando no lo suficientemente rápido como para que el sacerdote no le escupa. Los miembros de la patrulla se miran atónitos.
-Definitivamente este hombre no tiene ningún interés en ayudar a los hambrientos del mundo.- evidencia Julián. Alonso asiente.
-Actitud mezquina propia de alguien capaz de aprovecharse de la buena labor de otro.
-Parece que ya conocemos a Baltasar Navarrete.-dice Amelia-. Ahora a conseguir descubrir si es él Avellaneda.
¿Entráis directamente a hablar con él?