Os acercáis al mendigo al que Baltasar Navarrete echó a patadas. Le ofrecéis una moneda, que acepta con cierto recelo.

-No ha sido una actitud muy propia de un hombre de fe- señala Julián. El pordiosero masculla algo incomprensible-. ¿Qué sabe del padre Navarrete? ¿Suele gastárselas así ese sacerdote?

-No tengo ningún interés en hablar con ningún amigo de ese rastrero.- gruñe. Alonso frunce el ceño.

-Le aseguro que no somos amigos de ese bellaco. De hecho, estamos a muy poco de ser todo lo contrario.

El mendigo parece relamerse con esa posibilidad.

-¿Qué quieren vuesas mercedes saber sobre ese mal clérigo?

-¿Qué nos puede decir de la forma de vida de Navarrete?- pregunta Amelia. El vagabundo ríe, vertiendo sobre la patrulla su aliento pestilente.

-Poco piadosa, si me permiten decirlo. Vive con una mujer, pero no parece precisamente su sobrina, vuesas mercedes me entienden. Tiene en abandono su iglesia porque se queda para sí el dinero de los cepillos y valentones de medio pelo frecuentan este lugar para cobrarse deudas de juego- el mendigo muestra una sonrisa desdentada-. Es cuestión de tiempo que un día no pague y le habíen.

Alonso le arroja otra moneda. El pobre diablo la coge y se aleja hablando solo con sus demonios.

-Vida impropia de un clérigo.- observa Amelia.

-Más propia de un escritor- señala Alonso-. Busquemos a ese Navarrete.

¿Entran directamente a hablar con él?

¿Intentan acceder por detrás?

¿Preguntan a algún vecino?