En los detallados registros históricos del Ministerio del Tiempo laboriosos funcionarios encontraron referencias a un viaje del futuro editor del Quijote de Avellaneda al Madrid de 1614, donde diversos documentos y albaranes dejan prueba de que compró planchas de imprenta a un editor local.
El dueño de la imprenta en cuestión os pone en buena dirección, confirmando que un editor catalán, de tal nombre o acaso uno similar, acudió a él para comprar planchas de imprenta, y le dio la dirección de una posada en la calle de Santa María para cualquier necesidad o imprevisto, con la indicación de que ahí permanecería hasta que partiese hasta levante.
No os cuesta encontrar la posada, un lugar ruidoso y no especialmente salubre, pero cuanto menos habitable, en el que la obesa y sonriente mujer que lo regenta os señala una mesa que ocupa el único caballero catalán que ahora reside en su hospedaje. Un hombre delgado, de fino bigote, gran cabeza de cabellos ralos y ropas ostentosas pero pasadas de moda, da buena cuenta de un guiso de conejo, y os saluda con educación y algo de sorpresa cuando os acercáis.
-¿Es usted don Felipe Roberto?- pregunta Amelia. El hombre asiente y os ofrece asiento.
-¿En qué puede ayudarles este humilde viajero?- dice, pidiendo a la hostelera tres vasos para compartir su vino.
-Hemos sabido que se alojaba aquí y nos gustaría hacerle unas preguntas en relación a su profesión.- explica Julián. El hombre mordisquea una pata de conejo.
-Tengo tiempo, y ganas de buena compañía- dice, con un marcado acento-. ¿Qué quieren saber?