La puerta que atravesáis os conduce a un oscuro pasillo en lo que parece un conjunto de trasteros. Un escondite discreto, ciertamente. La puerta de acceso al exterior está abierta y no os veis obligados a forzarla o a buscar una salida alternativa. Salís a la calle.
-Es agradable llegar en un momento de celebración, para variar- sonríe Julián. En efecto, os encontráis en una calle concurrida en la que retumban los cantos, los himnos y las arengas festivas. La predominancia de camisas rojas y bufandas al aire lleva al madrileño a una conclusión evidente-. Juega la selección.
Alonso señala un edificio alto que se recorta iluminado con el cielo nocturno. La Giralda.
-Estamos en mi tierra- dice-. Sevilla.
Esquivando a los enfervorecidos aficionados, Amelia se acerca al escaparate de una tienda de electrodomésticos. Tras la persiana de seguridad se ve un televisor encendido en el que un bigotudo y solemne presentador informa de las noticias del día. Es imposible distinguir sus palabras con el jolgorio, pero para vuestra fortuna en la pantalla se superpone la fecha en la que os encontráis..
-21 de Diciembre de 1983- lee la catalana-. Bien, ya tenemos fecha y lugar. Parece que esta puerta ha sido fácil.
-Pero, Amelia, ¿y tu espíritu explorador? ¿y tu hambre de conocimientos?- la reprende Julián. La joven le mira con rencor mal disimulado.
-¿Me dirías lo mismo si no hubiera fútbol?
-No soy muy futbolero, pero mira qué ambiente.
Alonso interviene en la disputa.
-A mi no me importaría pasar unas horas en mi ciudad- una cuadrilla de devotos de la selección se acercan a vosotros, animándoos con sus cánticos y sus palmas-. No es mi siglo pero sin duda es mi ciudad. Y mi gente.
-Decidamos entonces- abre a debate la líder del grupo-, ¿nos quedamos un poco más o volvemos al Ministerio?