Tu propio ímpetu mal contenido te lleva -más adelante lo admites- a abrirte paso con demasiada violencia, y alguno que otro se lleva un empujón que no merecía.
-¡Oiga!, ¿a qué viene esto?
-¡Respete, caballero, respete!
El griterío y la agitación de la grada llama la atención de la policía nacional que vigila el encuentro. Un par de uniformados te esperan cuando sales de la multitud. No tienen cara de buenos amigos.
-¿Nos explica a qué venía eso?- demanda uno. El otro se acicala los dientes con un palillo.
-Estaba buscando a una persona.- explicas.
-Pues ha encontrado a dos.
-Ustedes no lo entienden. Yo…- los policías te agarran del brazo y te arrastran a la sala de detención. ¿Cómo podrías explicarles la importancia y el alcance de tu misión? Si lo intentaras, acabarías en el manicomio. Si te liberases a la fuerza, terminarías en la cárcel. Lo mejor es dejarte retener, maldecir tu mal tino y esperar que tus compañeros sean capaces de localizar y atrapar al intruso temporal. Sin tu ayuda, por supuesto.