A TIEMPO PARCIAL

Al atravesar la puerta os invade la extraña sensación del cambio en la gravedad. La oscuridad os envuelve, avanzáis unos pasos y retrocedéis ¿décadas? ¿siglos? y os halláis empujando una portezuela carcomida y semienterrada en un lugar desconocido. La puerta cede al primer “vive Dios” de Alonso, que ayuda con vigor a Julián y con gentileza a Amelia a salir del acceso temporal.

-¿Dónde nos hallamos?- inquiere Alonso, comprobando el peso tranquilizador de su bolsa con su pistola y su daga. Es noche cerrada y os rodean los árboles. La temperatura es fresca y húmeda y oís claramente una corriente de agua.

-Diría que estamos a mediados del siglo XX.- observa Amelia. Alonso la mira intrigado.

-¿Cómo podéis saberlo?- la joven señala la ciudad que tenéis frente a vosotros.

-Es una ciudad grande, y se observa luz eléctrica, pero no demasiada. Una población de este tamaño estaría más iluminada en décadas posteriores. Estamos en la orilla de un río bastante caudaloso, ¿quizá en el Norte de la península?

-Yo añadiría que en un islote- añade Julián, a su espalda-. Aquí hay otra orilla.

-Pardiez que es pequeño- gruñe Alonso-, que si nos ponemos costado con costado a los de los extremos se les mojarían los pies.

-Y no tendrá un centenar de metros de largo.- dice Amelia, avanzando con cuidado en la completa oscuridad. Julián contempla el cielo estrellado, tan difícil de ver en su ciudad y en su año.

-La patrulla que investigó esta puerta hace diez meses la encontró intransitable, ¿cuál sería el motivo?

-Puede que el río sufriera una crecida y cubriese la puerta.- razona Amelia. Alonso piensa en ello.

-En ese caso, a Dios gracias que no la abrieron. Nos habríamos encontrado con un río manando por el Ministerio.

Julián recuerda el medio palmo de sedimentos que cubría la puerta y pone su mano sobre el hombro de su amigo.

-O quizá no tenían un tercio de Flandes capaz de abrirla.

Alonso sonríe ante el halago, pero Amelia rápidamente les impone su pragmatismo.

-En cualquier caso, debemos llegar a la orilla. Aquí difícilmente podremos saber dónde y cuándo estamos.

-¿Qué tal nadáis?- pregunta Julián a modo de sugerencia-. Estamos a veinte metros de cualquiera de las orillas, y parece haber ciudad a ambos lados.

El soldado del grupo no parece satisfecho con la propuesta.

-Demasiado me metí en ríos en las encamisadas de Flandes- a la desesperada, el andaluz mira a los alrededores y da con algo-. Allí se acerca una barca- señala-, seguramente un pescador. Podríamos hacerle señas y que nos acercase a la ribera.

-Debemos pensar en si nos conviene llamar la atención- hace notar Amelia-, ¿qué hacemos?

-Hacéis señales al barquero

-Esperáis a que pase e intentáis llegar por vuestros propios medios