Dejáis que llegue el amanecer para adentraros en la ciudad. Os encontráis en una localidad de cierto tamaño atravesada por un gran río en uno de sus márgenes con otra ciudad en el contrario. Las gentes salen a las calles con la primera luz del día, personas sencillas en un lugar que parece haber conocido una gran destrucción hace no demasiados meses, y por todos lados veis edificios en ruinas y muros oscurecidos por el hollín y la ceniza. Intentáis pasar todo lo desapercibido posible y no llamar la atención a un par de parejas de la guardia civil que miran a los paisanos con cierta suspicacia. Aguzáis el oído para escuchar alguna conversación.
-Es la parla vizcaína.- observa Alonso hablando en susurros. Amelia asiente.
-O un castellano bastante forzado, con un fuerte acento- hace notar-. Como si no pudieran hablar en su propio idioma.
-Puedes estar segura de ello- recién llegados a la plaza central, Julián señala lo que parece el edificio consistorial. Un único nombre aparece escrito tres veces con grandes letras negras.
-Hemos limitado algo el año en el que estamos- se consuela el enfermero-. Al menos, a cuarenta años grises.
Las campanadas de la iglesia suenan seis veces.
-Son las seis y ya ha amanecido, y el clima es benigno- observa Alonso-. Diría que estamos en verano.
Julián se agacha a coger un periódico arrugado que ensucia el suelo.
-En efecto- lee-, 30 de Julio de 1940. Parece el periódico de ayer.
Ante ese dato, Amelia parece haber llegado a una conclusión inquietante.