Paseáis por el mercado, un conjunto de puestos con los productos del campo de los alrededores. No os dejáis impresionar por los frutos de la huerta guipuzcoana e intentáis encontrar algo que os diga cómo escapar de Irún.

-Alguien nos observa.- informa escueto Alonso, fingiendo interés por unas frutas frescas. Julián y Amelia miran de reojo. Medio escondido entre unas mulas hay un hombre, posiblemente un labriego, de camisa blanca y amplia chapela.

-¿Sabe que le hemos visto?- pregunta Julián. Alonso, el estratega del equipo, se encoge de hombros.

-Puedo ir a preguntárselo.- dice, apretando los puños.

-Aguarda, Alonso- le interrumpe Amelia-. Puede que no sea una amenaza. Es muy posible que piense que somos republicanos intentando llegar a Francia, sí, pero fueron muchos, a este y al otro lado de la frontera, los que ofrecieron su apoyo a los refugiados. Si es así, sería de gran ayuda para volver a la Isla de los Faisanes.

-Pues decidamos- concluye Julián-. ¿Le damos esquinazo o le preguntamos qué es lo que quiere?

-¿Os acercáis a él?

-¿Le evitáis?