Regresáis al margen del río, agachando la cabeza para pasar desapercibidos. Vuestro aspecto y vuestra misma presencia llaman la atención en un momento y un lugar demasiado peligrosos. Al otro lado del caudaloso Bidasoa se encuentra Hendaya, una ciudad en mucho parecida a Irún, pero que no ha sufrido los rigores de la guerra ni las penurias de las posguerra. Por ahora. Por desgracia, el siglo XX aún está por traer grandes penalidades al país vecino.
Podéis ver el puente en el que se encuentra el paso fronterizo. Barreras a ambos lados bloquean a los viajeros que intentan entrar en el otro país, y guardias civiles y gendarmes se encargan de comprobar pasaportes y visados. Ahora claramente visible a la luz del día veis la Isla de los Faisanes, pequeño islote cubierto de árboles y vegetación que dentro de unas horas pasará a dominio francés. Sólo vosotros mostráis interés en ese grano de arena en medio del río, pero severos guardias civiles pasean por la rivera en todo momento; no se muestran concienzudamente vigilantes, pero su presencia imposibilita que podáis llegar a nado a pleno sol.