Apostáis vuestra fortuna a que el paseante, incluso si os está vigilando, no es más que un iruñés trasnochando. Incluso, razonáis, en el caso de que viesen como llegáis a la Isla de los Faisanes y encontrasen la puerta, dentro de un par de horas estará bloqueada y los que os persigan no verán más que una portezuela inservible. Aún hay guardias que, adormilados y aburridos, recorren la ribera, pero no os cuesta evadirlos y esperar al momento oportuno. Das la indicación para lanzaros al agua. Los tres os zambullís, contando las brazadas que os restan para llegar a vuestro objetivos.

-¡Huidos! ¡A mi la guardia!

Esos gritos no son buen presagio. Nunca sabréis si la figura extraña era un guardia civil de paisano, un confidente o simplemente un delator, pero no tardáis en oir pasos a la carrera y luego disparos en vuestra dirección. La oscuridad os protege, pero tú te llevas la peor parte; un disparo afortunado te alcanza cerca de la clavícula y sólo consigues salir del agua con la ayuda de tus compañeros. Los focos del puente fronterizo os apuntan y más disparos hacen saltar astillas en los árboles del islote. La mano viene bien dada, pues los guardias civiles dan por supuesto que no tenéis por escapatoria y paran el tiroteo, dandoos la oportunidad de abrir la puerta del tiempo y regresar a vuestro siglo. La misión no ha sido un éxito y necesitarás tratamiento inmediato para tu fea herida, pero por lo menos regresáis y viviréis para contarlo.

FIN