-Entre al confesionario, joven- crees notar que el sacerdote te sigue con la mirada, con gesto rijoso-. Siempre es buen momento para ponerse en paz con Dios y con el Evangelio.
Tomas asiento en el pequeño cubículo, sin saber si has tomado una buena decisión. Al menos, piensas, quedando la situación en tus manos, no correrás el peligro de tener que enmendar un desplante de Julián o un anacronismo de Alonso. Te santiguas sinceramente por el desconfiado pensamiento hacia tus amigos. El cura toma asiento ante ti. A través de la celosía notas la pestilencia de su aliento a tabaco y coñac.
-Ave María purísima.- dice mecánicamente
-Sin pecado concebida- replicas-. Hace un mes que no me confieso- admites sin mentir. Eres una señorita de la burguesía catalana, y tu madre no te perdona ni un día de misa ni una eucarestía, pero bien te cuidas en el confesionario de no dar datos reveladores sobre tu trabajo en el 2016 ni aún con la confianza de la inviolabilidad del voto de confesión. Máxime cuando sabes que tu madre te espera a pocos metros, con el oído aguzado para lo que pueda escuchar.
-¿Cuáles son tus pecadillos, hija?- pregunta condescendiente. Recapacitas, ¿vestir hábito sin procesar?¿portar armas y encañonar a personas?¿tener sexo prematrimonial con figuras clave de la literatura española?
-A veces no atiendo en misa.- te limitas a decir. Las otras cosas, piensas, ya las hablarás tu con Dios.
-Seguro que hay algún pecadillo más- incita el cura, como si hablase con un niño corto de entendederas-. ¿Has tenido algún deseo pecaminoso?¿has hurtado el cambio cuando has ido a hacer la compra? La carne es débil, más aún la de la mujer. Dios os hizo tentación y pecado; no has de sentirte mal por caer, si tu condición te hace vulnerable a ello.
Provienes del siglo XIX, uno de tus mejores amigos nació en el siglo XV, pero nunca has oído tal vileza y menosprecio a la mujer,
¿mantendrás la compostura y te fingirás tan tonta y dócil como este cavernícola espera,
o te concederás el ponerle en su sitio y decirle cuatro verdades?