-Por las palabras que está… vomitando- pierdes saludablemente el control- queda claro que poco sabe de las mujeres, si bien parece que no será por falta de ganas… ¡no diga nada, repugnante catálogo de pecados capitales!- escapas del confesionario para encontrarte con tus compañeros, que se miran sin entender cómo su jefa, usualmente comedida y flemática, suelta un par de gritos bien dados. El cura sale tras de ti, con la mandíbula descolgada por la sorpresa y un cobarde temblor de piernas-, mejor dedíquese a repasar el evangelio y ejerza algo de santa limosna en lugar de gastarse el dinero de los cepillos en engordar y visitar lupanares- si Alonso y Julián dijesen que no se están divirtiendo, mentirían como bellacos-. Aunque para ser justos es posible que no todas sus visitas a los burdeles tengan como objetivo satisfacer su fofa carne, sino que sean para ir a visitar a la familia.
Sin mirar atrás abandonas la iglesia, con tu equipo siguiendote a corta distancia. Unas respiraciones profundas después de das cuenta de lo que has hecho.
-Lo… lo siento- te sientes abochornada-, pero esa especie de esperpento…
-Tranquila, Amelia- te calma Julián-, tú no eres de las que se dejan llevar por nimiedades.
-Pero hemos… he llamado la atención. Ese mal sacerdote puede advertir a la Guardia Civil de nuestra presencia. Si nos encuentran nos interrogarán, y la puerta estará cerrada cuando consigamos alcanzarla.
El equipo queda callado, pensando en las implicaciones de lo que ha ocurrido. Por fin Alonso rompe el silencio.
-Pero que me ahorquen si no ha merecido la pena.