-Quiero confesión, padre.- dices. ¿Por qué no?

El cura te señala el camino al confesionario con desgana.

-Ave María purísima.

-Sin pecado concebida.

-Dime, hijo, ¿cuánto tiempo hace que no te confiesas?

-Un tiempo, sí, un tiempo.

-No hay que desatender tus obligaciones con tu espíritu- te amonesta. Resoplas en silencio, esperando que esto acabe cuanto antes-. ¿De qué es lo que te gustaría hablar, hijo mío?

-Inventas unos pecados nimios para salir de esta

-”Quiero ser sacerdote”