-He pensado en profesar, padre- dices, con sentimiento-. Abandonar mi vida disoluta, entregarme a una causa mayor.

El sacerdote asiente con aprobación.

-Una vida de sacrificio y trabajo. Tomas una decisión notable.

-Así soy yo.- respondes con humildad. Durante unos minutos que a tus compañeros se les hacen eternos, recibes una aburrida perorata sobre tu futura labor y el significado de unos votos que, jurarías, este clérigo en concreto no cumple al ciento por ciento. Dejáis la iglesia, tras la firme promesa de reunirte mañana con él para ultimar preparativos antes de tu ingreso en el seminario. Por supuesto, no sabes dónde estarás mañana. ¿En la Soria medieval o en la Mérida romana? ¿viendo despegar el autogiro o a punto de embarcar en una carabela? Lo que es seguro es que no acudirás a la cita a la que te has comprometido.