No es una decisión fácil de tomar y son muchos los riesgos que supone acercarse a uno de los grupos en conflicto, pero optáis por las fuerzas de la ley como la opción más razonable. Amelia, además, no desentona como señorita de la buena sociedad catalana, de la burguesía privilegiada. En efecto, cuando la guardia civil recupera la calle y sus agentes mantienen la posición, Amelia se acerca con fingida inocencia a uno de ellos.
-Disculpe, señor- falsea un tono de voz delicado-. Mi familia y yo estamos muy afectados por lo que está ocurriendo en la ciudad.
-Mantendremos el orden, señorita.- se toca el ala del tricornio.
-¿Se sabe algo de quién promueve este alzamiento?- indaga ella-. ¿Saben quién era el hombre que se dirigía a la turba en esta misma calle?
El mostacho del guardia oculta sólo en parte su gesto de desprecio.
-Francisco Ferrer i Guardia- pronuncia el nombre con desprecio-, un profesor anarquista que no oculta su repugnancia por todo lo sagrado. Cuando todo se calme, si no antes, sabremos dónde encontrarlo.
-¿Dónde?- inquiere Amelia, con cierta ansiedad. Al guardia le sorprende la pregunta, pero no ve motivo de recelar de la joven.
-Ese anarquista está de paso en Barcelona, pero le tenemos localizado en la calle del Carmen- confía, mientras tranquiliza a su montura-. También sabemos que tiene tratos con un grupo de profesores laicos, que suelen reunirse en el Bar Estío. Ahora estará en cualquier plaza, con el resto de impíos, planeando su siguiente acción, pero el ejército está de camino y se les va a terminar la tontería a estos cabrones…. disculpe mi lengua, señorita.
Amelia finge ruborizarse, se aleja tras agradecer al guardia su información tranquilizadora sobre la revuelta y regresa junto a la patrulla.
-Tengo algo. Es muy posible que el móvil lo tenga Francisco Ferrer i Guardia.