Amelia entra en la comisaría con gesto compungido. Un policía le sale al paso, preguntándole el motivo de su presencia.
-Mi hermana Constancia está detenida aquí- miente a medias-. Quiero ver como está, mis padres están muriendo de preocupación.
La situación a la que se enfrenta la ciudad no invita a visitas carcelarias, pero los soldados son ante todo caballeros y el aspecto dulce y delicado de Amelia juega a su favor. El agente accede a acompañar a la joven, a la que dirige por el interior de la comisaría hablando despectivamente del comportamiento de los detenidos y compadeciéndose del sufrimiento que por su culpa sufrirán los padres. Una explosión retumba en todo el edificio. Viene del exterior, pero pone en alerta al uniformado.
-¡Quédese aquí, ahora vengo!
Amelia no está dispuesta a obedecer esa orden, y en cuanto ve cómo su acompañante gira una esquina, se encamina hacia la dirección en la que está la puerta de servicio, y la abre para sus compañeros.