Corréis junto con Constancia hasta estar seguros de que estáis lo suficientemente lejos y de que ya no se escuchan los disparos de la guardia. Encontráis la puerta de un almacén de carbón abierta y os escondéis allí. Tenéis mucho de lo que hablar.
-Francisco Ferrer i Guardia nos dijo que usted tiene algo que nos pertenece.- aborda Alonso sin más preámbulos.
-¿El… el qué?
-Una tablilla pequeña, como de cerámica- aclara Amelia. Para ella, hasta hace poco, los móviles eran tan incomprensibles como lo son para Ferrer i Guardia-. Francisco se lo entregó en las revueltas.
La joven niega con la cabeza.
-Francisco no me entregó nada- asegura-. Me crucé con él en las revueltas, sí, pero sólo hablamos. Me dijo que tuviera cuidado, me dijo que yo podía ser más útil en las aulas que en las calles, pero no me convenció de que dejase la lucha. Me juró que, en caso de que me detuviesen, haría lo imposible por liberarme.
-Y bien que lo ha hecho, vive Dios.- blasfema Alonso, sintiéndose engañado. El profesor libertario os hizo creer que su amiga tenía el teléfono móvil para que la rescataseis. Es inevitable sentir cierta satisfacción por haber rescatado a esta pobre chica, pero aún os queda algo por hacer.