Un orondo y veterano guardia civil presencia distraído la vida en la pequeña ciudad de Palomares, cubierto por su capote en esta tarde de invierno. Se gira hacia vosotros sonriente cuando ve que os acercáis.
-Buenas tardes tengan ustedes, ¿en qué puedo ayudarles?
-Buenas tardes, agente- le devuelves el saludo-. Vamos a pasar unas noches en Palomares y nos gustaría saber de algún hostal o pensión donde hospedarnos mis hermanos y yo.
-¿Qué les trae al pueblo?- pregunta, más curioso que suspicaz.
-Esperamos a unos familiares- responde Amelia-. Pero unos asuntos les retienen en Valencia y tardarán en reunirse con nosotros.
-¡Qué mala suerte!- empatiza el benemérito, rascándose la cabeza debajo del tricornio-. La señora Encarna recibe huespedes en su casa, en la calle de San Sebastián, tras la Iglesia. Pero si lo desean -su rostro se ilumina de repente- tengo habitaciones libres en mi casa. Mi hijo mayor casó, y el pequeño está estudiando en la capital. Enviudé hace poco y no me vendría mal algo de compañía. Si son formales, limpios, y no son ruidosos, son bienvenidos en mi hogar… disculpen un momento. ¡Paco, hombre, a ti te buscaba yo!
El amable guardia civil se acerca a hablar con un pescador, que regresa de su jornada cargado de redes y cestos, y se interesa por concertar una partida de mus para el día siguiente. Uno y otro discuten hora y pormenores de la timba, y os dan tiempo para debatir si aceptar o no la propuesta.
-Parece un buen hombre, podríamos alojarnos con él.- señala Alonso. Julián siente discrepar.
-¿Bajo el mismo techo que un guardia civil? Nuestro trabajo nos impone horarios extraños y movimientos atípicos; ¿conviene tener a un agente de la ley tan cerca? Si sospecha de nosotros, nuestra misión podría complicarse.
-Mañana a las diez y media la vida de este pobre hombre sí se va a complicar- recuerda Amelia-. Puede que estar cerca de él nos facilite llegar a informaciones que, de otra manera, nos sería más complicado descubrir.
-Pardiez que detesto estos dilemas- bufa Alonso-. ¿Qué decidimos, pues?