El sonido remoto de los gigantescos aviones no llama la atención a los almerienses acostumbrados ya al vuelo cercano de esas fortalezas volantes en cuyos vientres descansa el poder más devastador que ha creado el ser humano. Sólo cuando uno de los aviones se aproxima a otro, algunos desocupados alzan la vista y los señalan.

-Mira, van a repostar.- hablan dos jubilados, que no saben que están a punto de presenciar uno de los más importantes accidentes nucleares de la Historia mundial. Se te forma un nudo en la garganta cuando ves al enorme bombardero de ocho reactores acercándose al más pequeño, pero robusto avión cisterna. Con la necesidad de poder iniciar un bombardeo nuclear en cualquier momento y en cualquier punto de Europa, los bombarderos B52 sobrevolaban sin descanso el Mediterráneo, repostando en pleno vuelo para hacer valer su poder disuasorio contra los soviéticos. Unos años de locura de los que pudimos no haber sobrevivido.

-Va a pasar.- musitas, casi con lágrimas en los ojos. Desde la plaza de este pequeño pueblo en el sureste de España sois testigos de la catástrofe. Azotados por una repentina corriente de viento, o agitados por un inesperado, quizá insignificante, error humano, el gigantesco B52 embiste la cola del cisterna, que explota en el aire al instante, mientras el bombardero queda irremediablemente dañado y comienza a caer, partiéndose por la mitad justo tras eyectarse los asientos de los tripulantes. Ya algunos que lo ven gritan antes de que el sonido y la onda expansiva de la explosión os alcancen. Identificáis las bombas separándose del avión y tomando diferentes trayectorias de caída. Los paracaídas de los tripulantes se abren, pero os percatáis con horror de que no son tantos como ocupantes había en esos grandes aviones.

-Pobres hombres- se lamenta Alonso-. Jóvenes valientes y patriotas muriendo tan lejos de su hogar.

Los restos ardientes de los dos aviones caen sobre toda la pedanía. Las primeras placas y remaches comienzan a caer a vuestro alrededor. El aire se lleva del desagradable olor a combustible ardiendo.

-¡Cuidado!

Un joven que regresa de la labranza con un cesto de tomates queda obnubilado mirando el accidente y no se percata -o queda nublado por el terror- de que una parte desprendida de los aviones cae sobre él. Julián no duda ni un momento y se lanza sobre el joven, arrastrándolo fuera de la trayectoria de un enorme resto del accidente que cae en medio de la plaza. Sólo cuando la polvareda que el impacto se disipa, Alonso y Amelia respiran tranquilos; Julián está sano y salvo, calmando al aterrado agricultor.

-Lástima de tomates.- bromea cuando el grupo se reúne. Miráis hacia el lugar del impacto y no dais crédito. El fragmento que casi aplasta a Julián y al hortelano no es sino uno de los objetivos de vuestra misión. Una bomba atómica de siete metros de largo y un megatón y medio de potencia. Un pensamiento se impone sobre todos los demás: eso no es algo que ocurra en todos los trabajos.