Una vez elaborado vuestro plan de actuación, tomas la iniciativa y abandonas vuestro escondite. Te haces con el pedazo de metal más grande que puedes cargar -un amasijo retorcido que seguramente fue parte del fuselaje-, te aproximas a la turbina, sintiendo la fuerza de la succión, y lo arrojas. El propio motor a reacción acelera y absorbe el metal, y como anticipasteis, al hacerlo sus potentes aspas quedan inhabilitadas y destruidas.
-¡Cuidado!- llegas a oír a tus espaldas. La destrucción de la turbina produce la explosión de lo que queda de combustible, creando una onda expansiva que te lanza por los aires y te abrasa, y que supera el parapeto de tus compañeros haciéndoles volar unos metros. Caes inconsciente, creyendo escucharles preguntando por tu estado. Lo siguiente que recuerdas son imágenes fraccionadas y confusas de cómo el ejército americano llega al lugar y os llevan a su campamento para ser tratados. Te consuela oír que el piloto se ha salvado, pero apenas puedes moverte, y difícilmente podréis recuperaros para completar la misión.