Oyes quejas e imprecaciones de disgusto cuando apagas el motor, pero por el tono y los comentarios que llegas a distinguir parece que lo atribuyen más a un aparato defectuoso que a un sabotaje malintencionado. Te escondes al oír los pasos de uno de ellos acercándose a la puerta. El hombre, corpulento, de afeitado apurado, corte de pelo militar y que viste un jersey de cuello alto, se pone de rodillas para estudiar el motor, y se saca de los bolsillos su pistola y un manojo de llaves, que le molestan en esa posición. Tras algún que otro intento infructuoso y con una notable inhabilidad, consigue volver a activarlo.
-¡Vamos, Requena!- se oye una voz desde el interior-. ¡Que nos dan las uvas!
El tal Requena masculla unas protestas salpimentadas con blasfemias y vuelve al interior, y, das gracias por ello, abandona en el suelo el manojo de llaves y la pistola que dejó en el suelo. En cuanto cierra la puerta tras de sí, te abalanzas sobre los objetos y te apoderas de ellos. Decides que no sería prudente volver a desactivar el motor eléctrico, y que sólo conseguirías levantar sospechas. Pero con lo que has conseguido tus probabilidades de éxito han aumentado.