Te acomodas en el asiento, te pones el cinturón sopesando las medidas de seguridad en los coches de los años sesenta y te frotas las manos. Amelia nunca aprobaría un plan así, pero ahora estás tú al mando… aunque sólo sea por ser el único que queda. Tomas aire, arrancas el motor, intentas conseguir la mayor velocidad en el menor espacio posible, ¡y te lanzas contra la pared! Al chocar, tu cuerpo se lanza dolorosamente hacia adelante, pero la pared cede, explota en pedazos de arena y piedra, y te hallas en medio de una gran habitación. Has notado un golpe con un bulto que rezas no sea Amelia o Alonso, y en efecto, ves en el suelo a un gimoteando secuestrador, mientras los otros dos, medio agachados, te miran con la misma cara de sorpresa que tus amigos, maniatados al fondo. Sales del coche tan rápido como te lo permiten tus temblorosas piernas, agarras uno de los restos de la pared y se lo revientas en la cabeza a uno de los hombres. Alonso, imparable incluso en el cautiverio, se levanta de un salto y golpea con su cabeza la parte baja de la mandíbula de su otro opresor, dándote tiempo para acercarte y dejarle definitivamente inconsciente con un puñetazo que sientes como si te rompiese todas las falanges. Arrebatas las llaves de las esposas que retienen a Alonso y Amelia y les liberas.

-¿No había otra manera de sacarnos?- te reprende Amelia. Te encoges de hombros.

-Sí, pero deseché usar el tanque.

Otro secuestrador, necesariamente alertado por tu entrada en escena, llega a la habitación y es recibido por Alonso con una patada en el bajo vientre y un puñetazo que le hace saltar varios dientes.

-No podemos saber si hay más- dices-. ¡Huyamos!