El silencio que sigue a tu mensaje se te antoja interminable. Un chasquido anuncia el comienzo de su transmisión.

-¿Quién está allí?- el tono del hombre transmite inquietud-. ¿Es usted?

Piensas un instante, y optas por no mentir en tu respuesta.

-Sí, soy yo- confiesas-. Han de acudir a Palomares, allí se les informará de las nuevas circunstancias de su misión.

Silencio.

No puedes dejar de pensar que si te confunden con una figura de autoridad, hay una mujer poderosa manejando esta misión. Y en esta época, eran pocas las que podían encajar en ese perfil.

No sabes hasta qué punto has embaucado al secuestrador, pero ves a un hombre de largo abrigo, con una escopeta en una mano y un walkie talkie en la otra, saliendo del establo y entrando en la casa, tal vez para informar sobre lo que acaba de oir, o para pedir confirmación de la orden. Te aseguras de estar escondida cuando pasa, y apagas el aparato, no queriendo que una comunicación inoportuna haga que te descubran.

Tal vez no has conseguido hacer que los secuestradores salgan de la casa, pero al menos has dejado libre de vigilantes el establo. Puede ser un buen momento para investigarlo.