-¿Y bien, Amelia?- pregunta Julián cuando regresáis al pueblo. Nadie como ella conoce los detalles del accidente de Palomares, y será la que indique al grupo el siguiente paso.

-Ya nos hemos asegurado de que las tres bombas que cayeron en tierra no sean recuperadas por las manos equivocadas- recuerda-. Sólo nos queda una, la que cayó en el mar.

-¿Fue esa bomba rescatada por los americanos?- se interesa Alonso. Amelia asiente, pero hay un deje de preocupación en su voz.

-La recuperaron, pero no inmediatamente- narra-. Temieron incluso que submarinistas soviéticos se hicieran con ella, y decenas de barcos y buques americanos patrullaron la región durante semanas.

-Si el extraño grupo que está rondando por los lugares del accidente se hiciera con ella, se añadiría un nuevo problema- conjetura Julián-. La tensión entre las dos potencias aumentarían si los americanos piensan que los rusos se han hecho con uno de sus ingenios nucleares.

-Asegurémonos de que eso no ocurra.- dice Alonso, con decisión.

El pueblo es un alboroto, con soldados y paisanos yendo y viniendo, y discutiéndose, debatiéndose y exagerándose todo lo que ha ocurrido.

-Deberíamos hablar con alguno de los habitantes de Palomares, para ver si han visto algo extraño.

Asientes, con la certeza de que es una buena idea.

-Encargaos vosotros- sugieres-. Llamaré a Salvador para ponerle al día.

Tus compañeros están de acuerdo y os separáis. Buscas un callejón discreto y marcas el número del subsecretario del Ministerio del Tiempo. Nadie responde.

-Salvador nunca responde en momentos como estos- oyes una voz a tu espalda. Te giras con sobresalto-. Es como si quisiera que la patrulla tomase sus propias decisiones.

Plantada ante ti, elegantemente vestida acorde a la época, ves a una mujer morena, atractiva y de unos cincuenta años. Se quita las gafas de sol con una mano mientras con la otra te apunta con un discreto revolver.

-Por favor, no te muevas- te ruega-. Ya no me ata ningún juramento al Ministerio y no tengo que responder ante nadie.

-Lola Mendieta.- la reconoces. La antigua agente que traicionó al Ministerio del Tiempo, haciéndose con un listado de puertas del Tiempo no registradas. Sirviendo a su propia causa o a la del mejor postor.

Ella te regala una sonrisa curiosa.

-Parece sorprenderte.- observa. Asientes.

-Ni a ti te imaginaba capaz de traficar con un poder como el que ha caído en este lugar. ¿Lola Mendieta colaborando con esta dictadura? Qué impropio de alguien con tu falsa careta de moralidad.

La desertora no se deja impresionar por tu desdén.

-He informado al gobierno de Muñoz Grandes del accidente que se iba a producir aquí y de la localización de los puntos de impacto- admite sin vergüenza-. Son reconocidos los sueños de este general porque España tenga una bomba atómica. Cuando caiga en desgracia, Carrero Blanco mantendrá esa obsesión megalomaniaca, pero todos esos sueños nucleares acabarán en una mañana de 1974, con un coche volando hasta una cornisa de la calle Claudio Coello de Madrid. Pero no son esas bombas las que me interesan. Quería hablar contigo.