Aguantando la respiración al pasar ante la puerta de la sala de reuniones, llegas al puente. Nunca habías visto una sala de mando como ésta, pero la disposición de los controles te parece lógica e intuitiva. La llave de contacto está puesta, y activas el motor, que comienza a rugir. Se te enfría la sangre al darte cuenta de que la tripulación ha tenido que notar que has puesto en funcionamiento el barco, pero puede que tengas tiempo. Accionas el control del timón y lanzas al barco hacia adelante.

-¡Alto!- te gritan-. ¡¿Quién es usted?!

Tres hombres bloquean tu salida, pero el yate choca de repente contra la dársena del puerto y todos caen al suelo, mientras tú, ya anticipándolo, logras agarrarte y te lanzas hacia la salida lo antes posible. No lo consigues. Uno de los hombres te agarra de un pie y caes hacia adelante. El barco cruje y has oído cómo se estremecía el casco, pero se mantiene a flote y anticipas que, tras unas reparaciones podrá salir sin problemas al mar.

-Te tenemos, vas a tener que responder a unas cuantas preguntas.- te dicen, mientras te esposan con las manos a la espalda. Tu incursión ha fracasado; ahora todo depende de tus compañeros.