A primera hora de la mañana os encontráis tiritando de frío en la plaza del pueblo, aguardando al autobús de línea que os lleve a Cartagena bajo la dureza de la humedad gélida que viene del mar. Os habéis evadido discretamente del lugar donde os hospedabais, por afán de, en caso de problemas o malentendidos, evitar comprometer a quién tan amablemente os acogió. Es inevitable que habléis de vuestra misión y analicéis su resultado.
-Con las bombas que hemos asegurado y esos funcionarios franquistas huyendo, la misión no puede considerarse sino un éxito.- razona Julián.
-Tres bombas- enumera Alonso, echándose las manos a la cabeza-. Nos aseguramos de que se recuperasen tres, y espantamos diligentemente a esas alimañas, pero, ¿qué pasa con la cuarta bomba?
Julián echa mano al bolsillo de su pantalón, donde guarda un mapa con los puntos donde cayeron los objetos.
-La cuarta es la que cayó en el océano- explica-. Con su barco en el fondo de la bahía, el gobierno de Franco no la habrá podido recuperar.
-Pero allí tampoco podremos acceder nosotros- razona Alonso-. ¿Qué dice la Historia que pasó con esa bomba, Amelia?
La respuesta de la líder del equipo queda interrumpida cuando Julián llama a uno de los pescadores que pasan por ahí.
-Disculpe, caballero…
-Francisco Simó- se presenta, sorprendido por el tratamiento tan formal del forastero-. ¿En qué puedo servirles?
-¿Vio usted el accidente de ayer?- se interesa Julián.
-Apenas oí una explosión- dice-. Me pilló faenando, sabe usted.
-Nosotros vimos una especie de bomba cayendo en el mar- miente el madrileño. Mentalmente, intenta ubicarse en el mapa-. En esa dirección, a un par de kilómetros.
Alonso descubre por dónde va su compañero.
-Partíamos ya para la capital- añade-. Quizá usted podría avisar a los americanos de dónde la vimos caer. Si dice que estaba pescando por esa zona y que la vio usted mismo, seguro que no dudarán de su palabra.
El señor Francisco se recoloca la gorra, como evaluando la situación.
-Si eso sirve para que se vayan esos americanos…-dice-. Los motores de sus barcos espantan la pesca, ¿saben? ¡Así lo haré, pierdan cuidado! ¡Buen viaje y espero verles por aquí pronto!
Os despedís con la mano cuando el pescador se aleja.
-Puede apostar a que no- masculla Alonso-. Te interrumpimos, Amelia, disculpad. Te preguntaba, ¿cómo se encontró la última bomba?
La catalana parpadea un par de veces, sorprendida, antes de responder.
-Paco el de la bomba.- dice al fin.
-¿Perdón?
-Los americanos no encontraron la última bomba en semanas- narra-. Finalmente, se decidieron a escuchar a un pescador local que aseguró haberla visto caer mientras faenaba. La historia le recuerda como Paco el de la bomba.
Julián no reprime su risa.
-Francisco Simó- razona-. ¿No es increíble cómo funciona el Tiempo?
-Por mi vida que ya doy por concluida la misión.- se felicita Alonso. Amelia asiente, con un punto de pesimismo en su gesto.
-Ahora este hito está libre de injerencias temporales y puede desarrollarse como se esperaba de él- coincide-, pero no puedo compartir vuestra alegría..
Julián se siente repentinamente culpable, sin saber bien porqué.
-¿A qué os referís, Amelia?- inquiere Alonso. Amelia mira a los militares americanos que comienzan a recorrer la plaza, algunos de ellos vistiendo sólidos trajes antirradiación, ante los atónitos pescadores almerienses.
-Palomares ha quedado contaminado con peligrosísimas sustancias, y estigmatizada para siempre- recuerda-. Ante el servilismo del gobierno franquista, los americanos servirán solo a sus propios intereses. Recogerán cuanto les interese recoger y pararán cuando lo consideren oportuno. Un ejército extranjero y un régimen infame mentirán a los españoles sobre el alcance de lo ocurrido, y el caso se cerrará mal resumido con la foto de Fraga bañándose en estas playas. Como si todo hubiera sido un mal chiste. Mientras, aún en 2015, en estas tierras hay mucho material radioactivo por encontrar, mucha tierra contaminada por recoger. Hay mucho trabajo por delante, y los que han provocado esta catástrofe han dejado claro que no están dispuestos a hacerlo.
El autobús de linea llega y aparca en la plaza, con su conductor atónito ante el movimiento de soldados que hay en el pueblo. Abre la puerta y sois los primeros en subir.
-Somos españoles- Sintetizas. Te giras y ves el pequeño pueblo de Palomares por última vez.-. No estamos acostumbrados a los finales felices.